Empieza nuestro viaje con destino a…
Pues bien, con el objetivo de trocear el viaje de 1.300 km que hay desde Madrid hasta los Alpes, hicimos una primera parada “obligatoria” en los Pirineos, que ya conocíamos de años anteriores pero que nunca podemos dejar de visitar. En particular, el entrañable pueblecito de Luz Saint Sauveur, apúntalo tanto si quieres subir el Tourmalet o desayunar una de sus míticas tourte au myrtilles (si eres capaz de acabar con una de ellas de una sentada, eres una auténtica máquina de comer).
La segunda parada la teníamos fijada en la Provenza. Y claro, si juntas en una misma frase Provenza y Ciclismo, el resultado de esta combinación es el Mont Ventoux. Si conoces un poco el mundillo ciclista no tengo que darte más detalles pero si no es así, déjame contarte que se trata de una montaña enorme y calva en medio de la vasta llanura provenzal. Decían los lugareños que en días claros se puede ver el Mont Blanc desde la cima y este año, pude comprobar que es totalmente cierto.
Su característica “calvicie” se debe a los fuertes vientos que azotan la parte superior e impiden dejar crecer la vegetación. Sin ir más lejos, la tarde que llegamos se alcanzaron los 90km/h en la cima y se tuvo que cerrar la carretera al tráfico por el peligro que lógicamente esto conlleva. Este mítico lugar no es sólo el punto central de nuestro viaje, sino también el de este artículo.
- En primer lugar, porque hay que llegar medianamente entrenado para superar sus 21 km y 1.600 metros de desnivel positivo desde el pueblo de Bedoin (inicio de la escalada) hasta su cima.
- La satisfacción personal de cumplir un objetivo tan ambicioso ya es enorme de por sí. Yo tenía un compañero de universidad que solía decirnos que “sufriendo es más bonito”, aunque el contexto no era exactamente el mismo cuando él lo comentaba (y en este caso, casi que me ahorro los detalles).
- De hecho, la muerte del ciclista Tom Simpson durante la etapa del Tour de Francia de 1.967, a escasos 2 km de coronar la cima, agrandan la leyenda de todo aquel que tenga en mente acometer el reto. Si un campeón del mundo (que lo fue precisamente en nuestro país) pierde la vida en pleno esfuerzo, es que no es moco de pavo.
A pesar de todos estos datos, como el ser humano es terco y testarudo, estamos hablando de la montaña más concurrida del mundo. Un fin de semana de verano cualquiera lo pueden ascender hasta ¡4.000 ciclistas!
¿Pero de dónde salen todos estos apasionados/as?
Pues aquí tenemos otra situación en que la bicicleta eléctrica se ha abierto paso en nuestras vidas, convirtiendo lo que era una gesta imposible para muchos en un “casi coser y cantar”. Este avance tecnológico de nuestra época ha convertido en factible algo que está fuera del alcance de la mayoría de la gente. Y, amigos míos, aquí aparecen aquellos que tienen buen olfato para los negocios.
A pie de puerto, descubrirás un par de tiendas de bicicletas enormes, (impensable en una población de escasos 3.000 habitantes), con decenas de bicicletas eléctricas expuestas y dispuestas a ser alquiladas por cualquiera que cuente con 2 ó 3 horas libres y ganas de casi tocar el cielo a 1.900 metros de altitud.
Las hay de todo tipo. De montaña, de carretera, más cómodas y hasta las TOP de las principales marcas. La elección depende de la cartera del comprador, pero en cualquier caso un precio de alquiler por debajo de los 100€ al día (desconozco si hay fianza, aunque viendo cómo bajaban algunos… ¡convendría!).
Así que, la mañana que nos dispusimos a acometer “la machada”, pedaleamos junto a decenas y decenas de personas durante 2 horas y media, haciendo que la ruta fuese igual de dura pero mucho más entretenida (también más insegura desde el punto de vista sanitario pero, metidos en faena, ya no dimos marcha atrás). Y, sobre todo, bastante lucrativa para los dueños de los negocios de bicicletas eléctricas. Los números no pintan nada mal: a una media de 50€ la bicicleta alquilada y como mínimo, a 100 personas. ¿Lo has calculado?
Esto se repitió de nuevo en los Alpes. Con muchos más puertos que ascender y, en consecuencia, muchos más pueblos de paso, era una romería de ciclistas entrenados y no tanto, camino de las cimas míticas del Tour de Francia.
Por supuesto, con la consiguiente foto en el cartel del puerto para poder “presumir” convenientemente de ello en redes sociales. ¡Fue ciertamente gracioso ver el cuidado que algunos ponían en no mostrar la bicicleta y que se descubriera el truco! Si a esto le sumas la colaboración de las autoridades locales, que durante las mañanas de algunos días de la semana se cierra el tráfico a los vehículos a motor, el éxito está asegurado.
Reconozco que, tras este viaje, ha crecido en mí la curiosidad de probar una bicicleta eléctrica, pues me ha hecho verla con otros ojos, con el pensamiento de que, según vayamos cumpliendo años y mermando nuestras fuerzas, no quiero dejar de disfrutar de una de mis pasiones con Buenas Energías si la tecnología me lo facilita. ¿Y tú? ¿Te comprarías una bici eléctrica?
Aunque, si esto tiene que ocurrir, ¡que sea lo más tarde posible!